17/9/10

lo mato cada noche



Ayer subí las escaleras despacio y le llevé a la cama un vaso de leche endulzada con el polvo de dos flores de cicuta. Él no pareció notar la extraña luz que irradiaba del cristal y bebió, agradecido. Yo estaba feliz de ser lo último que él iba a ver en este mundo. Él abrió la boca para decir algo, pero no le dio tiempo.

Antesdeanoche quemé nuestra casa con él dentro. Desde el jardín, a una distancia prudencial de Manderley, le vi asomarse a la galería de los trovadores y contemplar boquiabierto el incendio extendiéndose afuera, como una velada de fuego artificiales. Y musité en su honor aquellos versos del poeta, "yo soy el fuego y lo que se quema dentro".


La noche anterior a antesdeanoche aproveché que dormía para cortarle uno a uno los rizos que le daban su fuerza. Seguí tumbada en el diván, llevándome a los labios el vino de su copa mientras dos gigantes armenios, sicarios de algún rey idólatra, le daban una tunda tremenda al despertar. Sus puños legendarios ya no le respondían. Indefenso y pálido, con el ojo a la funerala me miró antes de perder el conocimiento.


Quería saber por qué lo mataba cada noche.

No comprende que sólo así puedo quererle cada día.

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